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En Mayúscula es un sitio donde se plasman las realidades no ajenas a los avatares del hombre, mostrando en unas el juego absurdo de las mentes y en otras lo inverosímil de los miedos y fantasías con un tinte surreal y obstinado llevando al lector a un mundo de posibles.


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2 de abril de 2010

De Anomalías y Recuerdos - CAPITULO II -

El interior de la habitación se encontraba cálido y un revoltijo de papeles adornaba una pizarra demacrada por los años. Un crucifijo colgaba solemnemente en la pared frente a la cama, testigo de miles de oraciones y persignaciones. Por otro lado, la ansiedad de Juan empezaba a incomodar al sacerdote, que había hecho un esfuerzo renunciando a su sueño. Y es que los sacerdotes tienen una labor sumamente desgastante: todo el día de aquí para allá y de allá para acá, promoviendo eventos para poder refraccionar el techo o el piso o cualquier cosa, o asesorando espiritualmente, en fin, una labor en la que el tiempo es precioso. Eso si, el Padre Daniel dedicaba un par de horas de oración frente al Santísimo Sacramento del Altar cada día pero tampoco descuidaba a sus “hijos”.

Empapado Juan y con resignación el Padre, empezó éste a preguntarle qué había sucedido mientras le servía un café. – A ver Juan, ¿qué sucedió esta vez? Y un poco calmado empezó a referirle al Padre el sueño que había tenido. Con todo detalle le fue explicando y el Padre solo asentía pues parecía un monólogo. Al poco tiempo terminó Juan su exposición al ver que el Padre se adormecía, pero Juan iba a terminar con algo que dejaría al Padre atónito: “una voz me susurró diciéndome esta fecha: septiembre 17 1984, Padre Daniel”, y efectivamente el sacerdote abrió los ojos sorprendido por escuchar esa fecha.

Las emociones en aquél lugar dieron un vuelco extraordinario. Ahora era el Padre el que se hallaba perplejo ante las últimas palabras de Juan. Y éste sumamente intrigado por esa fecha le pregunta qué tiene que ver y con qué. Pero no salía del asombro y como si rememorara en algún tiempo, pensaba lleno de nostalgia. Lucía ensimismado y Juan se empezaba a incomodar, pues llevaba cerca de veinte minutos en ese estado. Hasta que en una, se repuso y se levantó de la mesa con una mirada furtiva hacia el crucifijo. Se arrodilló ante él y empezó a hacer oración. Juan se tornaba ya intranquilo y no tuvo más que sumarse a la oración del Padre.

Al parecer a Juan se le fue olvidando el motivo por el que estaba en ese lugar. La tempestad empezaba a calmarse fuera y el reloj marcaba la 1: 46 AM. Los dos, postrados en comunal calma, oraban. Hasta que al fin se repusieron y volvieron a los asientos. El Padre le ofreció café a Juan y éste no quiso. Sólo se antojaba de algo: que el Padre empezara a hablar sobre esa fecha.

Y así fue. Buscó entre su biblioteca, al lado de unos chécheres, un texto grueso con hojas a medio salir y volvió a la mesa. Al abrirlo, el polvorín hizo estornudar a Juan, que empezaba a sentirse resfriado. Pensaba Juan que el Padre sentía una absurda felicidad al ver aquél texto, pues aun no obtenía respuesta sobre todo lo que ocurría.

Y empezó a suspirar al hojear el voluminoso libro y Juan expectante como un niño inquieto. Sólo ansiaba saber qué significaba y por qué tenía que ver con ese sacerdote. Al cabo de unos minutos el Padre dio un martillazo con la mano y dijo: he aquí lo que buscamos, y sonriéndole le da una palmada en el hombro como diciéndole “Victoria”. Empezaba a hablar cuando de pronto tocaron la puerta. Hubo un silencio sin escrúpulos y se quedaron estupefactos ante esa arremetida inexplicable. Ya daban las 2: 15 AM y la tormenta había pasado. El Padre Daniel se levantaba a ver quien osaba llegar a esa hora. Al abrir vio a Hilda, una joven que conocía desde no mucho tiempo y le hizo pasar al instante. Entró y le dijo: “Enero 26 de 1985, Padre Daniel”.

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