Acerca del Blog

En Mayúscula es un sitio donde se plasman las realidades no ajenas a los avatares del hombre, mostrando en unas el juego absurdo de las mentes y en otras lo inverosímil de los miedos y fantasías con un tinte surreal y obstinado llevando al lector a un mundo de posibles.


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8 de agosto de 2010

Aurora


Y aquél día llegó. El alba silenciaba mi corazón cuando bajaba las escaleras. Un par de personas caminaban al galope para estar en forma corporal mientras me preparaba para mis ejercicios espirituales. Los zapatos de aquéllos eran llamativos y de marca Adidas, mientras que los míos eran mis rodillas a prueba de todo. No era necesario usar ipod pues ya tenia mi Rosario sincronizado con nuestra Madre. La balaca de la joven sujetaba su cabello impecable a esa hora mientras que la corona del Señor desterraba cual pensamiento indigno de mi mente. Tampoco era necesario cargar un termo con agua pues estaba sediento de Dios… Este era el panorama.

Aquél sábado de aurora suponía un día lluvioso. Pero nada podría arruinar mi decisión de ir a por mi luz. - He pensado que la lluvia es una de las cosas más hermosas de la naturaleza. Por eso el mar en mis narraciones…por eso el Puerto de las meditaciones.

Ahora, los jóvenes corrían estrepitosos y sudaban las calorías del Corn Flakes mientras mi oración me adentraba más y más en comunión con el Espíritu Santo: y no se imaginan cómo me hacía sudar…!


Era un treinta de agosto cuando vi la luz. Sin comentarios!



5 de agosto de 2010

Nota para Tí


Bórrame la mente para empezar de nuevo en el álgido mar de tus benevolencias y déjame ser parte de ti antes que el crepúsculo me despida. Llena con tu hálito de paz las heridas causadas en el frente de las batallas, y déjame solo en medio de ellas para seguir debatiéndome y alcanzar tu lado infranqueable. Borra mi mente para verte más allá de lo que sueño…borra mi corazón para dártelo. No escatimes tu voluntad. Los recuerdos del mar en mis sueños no serán rememorados. Nada recordaré. Era mi reflexión antes de que mi mente brillara por la ausencia de recuerdos. No recordaba nada. Ni el anhelo de ser borrado. No sabia quién era. ¡Pero nunca lo supe! Y esta vez todo se tornaba menos dramático en medio de aquellos rostros y situaciones. ¿Era yo el que veía en el espejo? ¿Soy yo el que escribe este relato? Lo que si sé es que el Mar habitaba en mí cual estigma en mis dedos...por eso bórrame todo para sumergirme en tus manos que me reclaman... borra mi corazón para llegar más a tu lado en el valle de los cielos... mejor aun dame la virtud de vivir para ti y hallarme en tus manos antes que el alba se repliegue en ti...

Esperaré en t
i.


29 de abril de 2010

Destellos en el Desierto


Cuando digo adiós vuelvo a tomar el camino de la cuarenta y tres y esta vez con sonrisas que salen desde el corazón. El crepúsculo de mis lamentos escapa ante el bullicio y el andar de las personas. Soy uno más entre ciegos y desalmados… soy otro más entre sollozos y temores: es el nefasto panorama que denotaba aquélla tarde de abril.

Al hacer esta reflexión empezaba el espectáculo. Una pareja de esposos salía de un casino con ínfulas ganadoras haciendo ademanes cual victoria en final. -El hombre, llevándose el cigarrillo a la boca, miraba al cielo pretendiéndolo culpar por quién sabe qué, mientras que la mujer ocultaba su tedio en el teléfono.-…esta era mi impresión mientras caminaba.

Por otro lado, los eventos que desembocaban en desfachatez incólume, entre comillas, estaban atestados por presas jóvenes sin compasión. Las figuras aquéllas se revolvían entre el sudor y el éxtasis propio de la cópula. Esa era mi ligera impresión mientras avanzaba.

Mas allá, la tarde se tornaba lejos de mí y la noche empezaba a hacer su aparición. Tal momento me llevó a pensar en Noelia: que se Abra la Pampa en medio de la cordillera para no morirme de frío mientras me cubres con tus palabras hechas rayos de sol. Al instante, el sol me despidió y llegó hasta donde ella. Se había impregnado en mi memoria aquella tarde. Era mi impresión en el fragor de mi corazón.

Aún así, caminaba y avanzaba en la cuarenta y tres con un millar de ideas en mi mente: las encuestas presidenciales, mi tumultuosa aridez existencial, mi usual cuestión de saber quién soy, practicar flamenco en la guitarra y no olvidar escribir este suceso. Todo este episodio duró cerca de treinta minutos. Los autobuses recorrían el sendero una y otra vez mientras mi vida giraba en círculos en mitad de la nada. Era el ir y venir, el entrar y salir, era el eterno retorno que calcinaba mi estoica voluntad delante la luna menguante…así, me había convertido en el perpetuo tiovivo de mis emociones.

Pero nada entorpecía mi caminar efusivo. ¡Ni una lágrima en mi rostro me haría desfallecer! Y es que los momentos como éste surgen de la insistencia por encontrarse con los detalles más ínfimos e inesperados de la vida y hacerlos parte útil de lo que somos. Llegaba a esta conclusión al pasar por el jardín de jazmines, y en un santiamén recordé una canción que se llama “Días y Flores”…cada que pasaba por ese lugar la cantaba mi corazón con extrema pasión. Era la furtiva impresión que me daba aquél aroma inmaculado.

Luego de pasar por el vivero Javier 83, la distracción se fue desvaneciendo al llegar al lugar indicado. Las sonrisas, la supremacía del poderoso, los miedos, las pasiones y el individualismo del ser, transformaban mi corazón y mi mente en los días en que sentía caerme. Es aún mi inconmensurable impresión mientras escribo en la luz de mi vida los apuntes que me llevarán a las respuestas. Desde el fondo…



24 de abril de 2010

Mar de Quimeras


Como una rosa en medio del valle frío me hallaba ante los ojos de los cielos. Las razones me fueron transformando y el mar fluía sin importarle. Las razones del mundo inmisericorde se abalanzaban contra mi realidad. Y es que las realidades nunca son objetadas cuando trascienden; esto no lo pensaría Thomas Gradgrind, personaje de Dickens en Tiempos Difíciles. ¡Realidades!

La brisa no entorpecía mi abyecta meditación sobre el escenario de las redenciones. No encontraba mi corazón en aquél lugar tan esplendoroso. Tal vez se habría ido a las profundidades, tal vez no. No dudé en seguir buscándolo aún sin encontrarle. Pensaba que tal vez tenía miedo de hallarle. Pero es que no llegaría si no lo dejaba entrar. Y es la respuesta a todo: dejarle entrar. Y absorto ante tan majestuoso espectáculo seguía buscándole. Violentaba mi espíritu ante las inconformidades de mi ser. No dejaba espacio a la duda. Estaba empecinado en tomarle de la mano pero el viento me sacudía para evitarlo. Luchaba contra todo para sujetarle, pero las fuerzas se fueron desvaneciendo. El fragor espiritual se hizo notorio ante tal embestida, pero no dejaba de luchar. Hasta que por fin pude mantenerme en pie y avanzar en mi búsqueda.

Después de debatirme entre lobos y serpientes, la lluvia hizo su magistral aparición. El agua en mi rostro se tornaba mi placebo. La escena me recordaba un día de mi cumpleaños en el mar: lo mejor de todo fue la lluvia. Un hálito de paz me inundó al ver el agua venir sobre mi…mis ojos invocaban que no terminara nunca.

Pero la insaciable búsqueda no cesaba. Aún cautivado con aquél momento, mis ganas de llegar a Él y llamarle no se extraviaban en medio de la tormenta. Sabia que encontraría mi corazón a varias leguas de mi ser. Nunca me fallaría. Nunca me ha fallado. Tal vez fue por las fuerzas para mi camino. Y es que en el mar están todas mis fuerzas. Pero muy osado dejarme solo en medio de la nada. ¡Cuanto le hacia falta que no tardó en venir a mi! ¡Cuanto le extrañaba en medio de la tribulación! Y como un deja vu la inconmensurable paz había vuelto a mí.

Y así, después de volver todo a la normalidad desperté de otro sueño más. Se había vuelto recurrente este suceso que por mucho tiempo ha permanecido y ya no es inusual ver más allá de los sueños. En un segundo veo pasar todo…en un segundo me queda todo lo que soy: un mar de quimeras.

22 de abril de 2010

Márian

Óleo de Mujer con Sombrero
Chagall


No escuché tu voz al despedirte aquella noche. No volví a escucharte. Recién llegué donde estoy y ya estoy extrañándote. Sólo sé que vi tú rostro enardecido cual flama humeante. Las luces del carro se mantuvieron encendidas hasta el último instante. Y yo te llamaba desde aquí pero tus oídos no escucharon mi voz. Tu rostro ya no es el mismo, ¿qué te sucedió? Una lágrima resbalaba lentamente mientras yacía inmóvil. ¿Era el eterno retorno? Fue un martillazo que hizo sucumbir el corazón y a la vez me devolvió a la luz. Se veía hermosa, lo confieso. Pero era un momento de incertidumbre y el desorden aumentaba el caos. La gravedad de las heridas aumentaban en la medida en que, viéndola allí, desprotegida, pensaba qué hacer. Y no tardé en volver del eterno retorno, cuando ya la había sacado del carro. Empapada en sangre, sonreía a medias queriéndome decir algo, pero mi mente se nubló. Aquélla luna no será la misma. ¡Y es que Márian no será la misma! Me aferré a su mano y a sus lágrimas que me pedían todo aquélla noche. Recordé el día que le conocí en una exposición de arte. Caminaba sigilosamente buscando una excelsa impresión que le atrapara. Sus ojos combinaban expresivamente con su cabello. Para mi ella era la mejor exposición del evento. Para mi era más que un cuadro de Chagall, para mi era más que un óleo. Nos encontramos en el mismo lugar, sin saber qué buscar, y nos hallamos. Tal recuerdo me llevó a su rostro palideciendo. No sabía qué hacer. Su sangre se hallaba en mí y sin poder hacer nada. El tiempo pasaba y la veía irse lejos de mí. Ahora era yo el que temblaba. La noche y la luna pasaban inadvertidas frente a este cuadro que nunca imaginé aquél día de la exposición. Aquél día en que conocí el amor de Márian. Miré a los cielos e imploré que era yo el que debía partir. Lo susurraba, lo gritaba, lo pensaba tan fuerte que ya no supe de mí. No quería que ella se fuera… De pronto veo que ella vuelve en sí, toma mi mano y me dice con voz sumamente suave y tierna, no temas, voy a estar bien. Y tal reacción me conmovió tanto que derramé lágrimas por doquier. ¡Ya estaba bien! Márian había vuelto. Allí nos encontrábamos, viéndonos y sonriéndonos en medio de tan dramática escena. De pronto siento desprenderme. No sabía qué sucedía pero me iba lejos. Márian se tornaba más lejos. Pensaba que se iba lejos de mí. Pensaba que partía y no podía hacer nada. Le gritaba con fuerzas pero no escuchaba. Me rompía el corazón verle llorar como nunca. Levantó sus manos y llorando me amaba más que nunca. Luego todo me hizo ver que era yo el que partía y la felicidad me embargó de tal manera que el amor de Márian podía sentirlo en las alturas de los cielos. Era eso lo que pedía y Dios escuchó. Me despedía como siempre lo hicimos: besando el anillo de matrimonio. Ella quedaba sola en medio de mi y yo. No escuchaba su voz. No le escuché decir adiós. No volveré a ver el óleo de mujer con sombrero. Adiós Márian.

20 de abril de 2010

Momentos Lounge


Al invadirme la soledad rememoro con nostalgia tu recuerdo cual tragedia dantesca. No dudé en sacarte de mi mente al ver que la luz de tus ojos se desvanecía. Y fue ahí donde empecé a ver. Más allá de mí pude verte…mas allá de ti no logré saber quién eras. Donde estabas? Busqué entre tus ojos la mirada que tocó desmedidamente mi corazón y no la encontré. Busqué mas allá de tu ser y volví a la nada de mí. Ahora veo claramente el mar de tus ojos y no hallo nada. El infranqueable sol desde el mirador no luce igual desde que partiste a la frialdad de los corazones, el vino y las buenas conversaciones en la penumbra de los seres no volverán más… y ahora quedará grabado para siempre esos momentos que llenaron mi vida. Quién eres? El silencio de los corazones se evidencia en el estruendoso ímpetu por dar todo de sí mientras los miedos a empezar de cero revuelven todo cuanto existe. Es la agonía de la impaciencia. Oh bella virtud, te reclamo con urgencia en estos momentos, pues la incomprensión de la luz me carcome. No tardes. Las fuerzas vendrán lo sé. Ya no volveré a rememorar tu recuerdo. Mi realidad se ha tornado incandescente mientras estoy en el mar… oh cuan grata experiencia vislumbro. El puerto, testigo múltiple de las contemplaciones, hacían del mar el mejor espectáculo al caer el sol…un poco de chillout y un buen scotch sugerían tu compañía aquélla tarde de verano. No volverán mas esos momentos. No llegarán.



Desde el foso… una tonada en si bemol.

8 de abril de 2010

De Anomalías y Recuerdos CAPITULO IV

Hilda y el sacerdote miraban a Juan cómo susurraba sus inquietudes y cuestiones acerca del hecho divino del que era partícipe. Sosteniendo el rosario y a medio rezar se persignaba una y otra vez mientras Hilda se levantaba por más café.

El Padre Daniel retomó los hechos de aquella noche. Hilda le ofreció un taza a Juan pues lucía enfermo ya, y mientras lo preparaba por cosas de la vida rememoró algo que le había sucedido hacía cinco años; a sus escasos veinte había vivido las cosas de una de treinta y eso se evidenciaba en su rostro y mejor aun, en su alma.

Estando en la iglesia un domingo, vivió algo que le dejó el corazón marcado. Aunque su fe estaba aun enterrada e irreconocible, aquello la dejó en un mar de confusiones y dudando de ella. Hilda estaba acompañada por su madre y su hermano menor. El calor en aquella iglesia era agobiante y las alabanzas se confundían con el sonido de los abanicos de mano. El rostro de ella parecía extenuado y el alboroto crecía más y más. De pronto sintió un peso en su cuerpo que necesitó sentarse. No era el peso de su vida ni mucho menos el de sus vestiduras, no señor, era el peso de su inexpugnable alma que pedía a gritos volver a nacer. Pero ella no advirtió tal empresa y se reclinó para respirar en medio de esa mescolanza de gritos y alientos. Josué, su hermano menor, le preguntó si se encontraba bien y sólo asintió como queriendo decir olvídate de mi.

Entrando en silencio el lugar, logró reponerse del soponcio vivido. La madre le miraba compasivamente y se sentía feliz de que estuviese con ella. Mientras, Hilda recobraba su estado vital y de pronto se le dio por cerrar los ojos. La paz se tornaba inconmensurable y aquél lugar húmedo y fogoso se convertía ahora en una estancia fría y cómoda. No dejaba Hilda de exclamar en su interior lo refrescante que era estar en ese lugar. No existía el sonido en ese momento. No existía ella. El fragor de su corazón fue escuchado y mantenía la calma en sí. Vislumbró una luz que venía hacia ella que le hizo romper el alma. No podría describir tal esplendor y solo se dedicó a vivirlo. Una lágrima salía tímidamente mientras el torrente en la garganta esperaba por salir.

Ese momento de paz y de mucho amor duró mas o menos el tiempo de la homilía y al volver de todo ese éxtasis se repuso y miró al altar. El calor se apoderó de nuevo de Hilda y en su mente había un centenar de preguntas que jamás serían respondidas, pensaba ella.

Efectivamente, no serían respondidas hasta ese día. Juan ya se había repuesto de su impresión y el Padre Daniel revisaba y hojeaba el libro gordo buscando respuestas. Tal vez estaban las respuestas de Hilda en ese lugar. Y fue ahí cuando Juan decidió irse. Se levantó de la mesa y con furor se despidió. Llevaba el rosario en la mano y un rostro que delataba aun su poca fe. El asombro de Hilda fue efímero y el Padre suponía tal reacción normal.

Seguía el Padre Daniel revisando y revisando cuando Hilda le preguntó ¿Quién soy? ¿Qué me sucede? ¿Por qué estoy aquí? Mi vida no ha sido ejemplar y Dios… ¿Dónde está Él? El Padre se voltea y mirándole compasivamente cual madre, responde: en tu corazón hallarás todas las respuestas que necesitas saber, y es ahí donde se encuentra Dios. Yo sólo tengo una respuesta que te puede llevar a todas. Estás aquí por una fecha memorable para mí y es imprescindible para ti en estos momentos.

Nos ha unido la divina providencia para darte a conocer la luz que buscas en tu vida…para que entiendas lo importante que eres. Y justamente acabo de encontrarla. Hilda se incorporó a tales palabras y esperó que el Padre empezara la exposición.