Acerca del Blog

En Mayúscula es un sitio donde se plasman las realidades no ajenas a los avatares del hombre, mostrando en unas el juego absurdo de las mentes y en otras lo inverosímil de los miedos y fantasías con un tinte surreal y obstinado llevando al lector a un mundo de posibles.


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22 de abril de 2010

Márian

Óleo de Mujer con Sombrero
Chagall


No escuché tu voz al despedirte aquella noche. No volví a escucharte. Recién llegué donde estoy y ya estoy extrañándote. Sólo sé que vi tú rostro enardecido cual flama humeante. Las luces del carro se mantuvieron encendidas hasta el último instante. Y yo te llamaba desde aquí pero tus oídos no escucharon mi voz. Tu rostro ya no es el mismo, ¿qué te sucedió? Una lágrima resbalaba lentamente mientras yacía inmóvil. ¿Era el eterno retorno? Fue un martillazo que hizo sucumbir el corazón y a la vez me devolvió a la luz. Se veía hermosa, lo confieso. Pero era un momento de incertidumbre y el desorden aumentaba el caos. La gravedad de las heridas aumentaban en la medida en que, viéndola allí, desprotegida, pensaba qué hacer. Y no tardé en volver del eterno retorno, cuando ya la había sacado del carro. Empapada en sangre, sonreía a medias queriéndome decir algo, pero mi mente se nubló. Aquélla luna no será la misma. ¡Y es que Márian no será la misma! Me aferré a su mano y a sus lágrimas que me pedían todo aquélla noche. Recordé el día que le conocí en una exposición de arte. Caminaba sigilosamente buscando una excelsa impresión que le atrapara. Sus ojos combinaban expresivamente con su cabello. Para mi ella era la mejor exposición del evento. Para mi era más que un cuadro de Chagall, para mi era más que un óleo. Nos encontramos en el mismo lugar, sin saber qué buscar, y nos hallamos. Tal recuerdo me llevó a su rostro palideciendo. No sabía qué hacer. Su sangre se hallaba en mí y sin poder hacer nada. El tiempo pasaba y la veía irse lejos de mí. Ahora era yo el que temblaba. La noche y la luna pasaban inadvertidas frente a este cuadro que nunca imaginé aquél día de la exposición. Aquél día en que conocí el amor de Márian. Miré a los cielos e imploré que era yo el que debía partir. Lo susurraba, lo gritaba, lo pensaba tan fuerte que ya no supe de mí. No quería que ella se fuera… De pronto veo que ella vuelve en sí, toma mi mano y me dice con voz sumamente suave y tierna, no temas, voy a estar bien. Y tal reacción me conmovió tanto que derramé lágrimas por doquier. ¡Ya estaba bien! Márian había vuelto. Allí nos encontrábamos, viéndonos y sonriéndonos en medio de tan dramática escena. De pronto siento desprenderme. No sabía qué sucedía pero me iba lejos. Márian se tornaba más lejos. Pensaba que se iba lejos de mí. Pensaba que partía y no podía hacer nada. Le gritaba con fuerzas pero no escuchaba. Me rompía el corazón verle llorar como nunca. Levantó sus manos y llorando me amaba más que nunca. Luego todo me hizo ver que era yo el que partía y la felicidad me embargó de tal manera que el amor de Márian podía sentirlo en las alturas de los cielos. Era eso lo que pedía y Dios escuchó. Me despedía como siempre lo hicimos: besando el anillo de matrimonio. Ella quedaba sola en medio de mi y yo. No escuchaba su voz. No le escuché decir adiós. No volveré a ver el óleo de mujer con sombrero. Adiós Márian.

2 comentarios:

Anónimo Opinó

Que profundidad, bien por tiiii

Anónimo Opinó

Im loving you..

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